La Fundación Miró rescata la obra de un pionero olvidado de la fotografía.
FOTOGALERÍA De la mirada oblicua a la narración visual.
Hay obras que solo la perspectiva del tiempo sitúa en su lugar. Sucede con la de Joaquim Gomis (Barcelona, 1902-1991), un fotógrafo valorado por los profesionales y conocido en el mundo del arte, pero cuyo legado fotográfico de más de 70.000 piezas adquiere ahora la condición de trabajo seminal. La muestra Joaquim Gomis. De la mirada oblicua a la narración visual, que puede verse en la Fundación Miró de Barcelona hasta el 3 de junio, recoge la punta del iceberg de un trabajo que recorre el siglo XX a caballo de las vanguardias y de los cambios en las costumbres de la mirada.
Fotógrafo aficionado, Gomis fue, además, el primer director de la Fundación Miró, durante el periodo en que se gestó a principios de la década de 1970, mientras se construyó el edificio de Josep Lluís Sert. Cuando se abrió en 1975 dejó el cargo con el trabajo hecho. Algo nada fácil en un periodo histórico poco abierto a iniciativas heterodoxas.
La clave de Gomis es su talante de hombre tranquilo de apariencia burguesa. Empresario textil catalán de aquellos que servían de pilar a la industria nacional, nunca se profesionalizó como artista, aunque formara parte desde su juventud de los movimientos vanguardistas más importantes. Fue socio fundador de ADLAN, acrónimo de Los Amigos del Arte Nuevo, grupo nacido en 1932 en la órbita de la galaxia del surrealismo que pedía a sus miembros que salvaran “lo que hay de vivo dentro de lo nuevo y lo que hay de sincero dentro de lo extravagante”. Junto a Gomis ya estaban dos personajes claves: el galerista Joan Prats y el propio Sert.
La recuperación de este personaje clave de la historia del arte español del siglo XX ha sido posible porque sus herederos no han querido trocear su legado, sino que han llegado a un acuerdo con la Generalitat para, conservando la propiedad, ceder su uso y depositarlo en el Archivo Nacional de Cataluña (ANC). Este lo ha catalogado, digitalizado y restaurado.
La muestra reúne casi doscientas fotografías y arranca con las sorprendentes imágenes de la década de 1920, cuando con solo 21 años Gomis, armado con su cámara —objeto fetiche de aquel momento—, viaja a Estados Unidos por razones profesionales y entra en contacto con la vida de las ciudades norteamericanas. No solo Nueva York, también Nueva Orleans, Houston o Dallas, auténtico “crisol de la vida moderna”. Allí se cocía el paso de la sociedad del libro a la de la imagen, como explica el comisario de la muestra, Joan Naranjo.
Gomis aprende sobre la marcha a utilizar el lenguaje moderno. “Tanto en la realización de fotografías, con picados, contrapicados, desplazamiento del eje de simetría o fragmentación; como en la selección de los temas, que incluía vistas urbanas, rascacielos o paisajes industriales”, señala Naranjo. Gomis emplea un lenguaje que se adelanta tanto a los planteamientos de los creadores de la Nueva Visión como a los programas de László Moholy-Nagy. Y su trabajo encaja en la estética maquinista que desde L’esprit nouveau predicaba Le Corbusier.
En 1928, durante un viaje a París, Gomis cae fascinado por otro de los emblemas de la modernidad: la torre Eiffel. Descubre que para explicarla no basta con una imagen, sino que es necesaria la aplicación del método calidoscópico, así que se dedica a fotografiarla desde todos los ángulos posibles. Ese gesto marca el origen de lo que luego bautizará como fotoscops, la producción de imágenes con un orden secuencial, que acabarían convirtiéndose en el espacio discursivo de su práctica artísica.
Durante la Guerra Civil, Gomis se exilia en París, de donde vuelve en 1940. Fue su amigo Joan Prats quien le empujó a desarrollar su técnica en formato de fotolibros, algunos de los cuales forman parte de la muestra. Algunos fueron publicados y bien conocidos, como el realizado sobre la obra de Gaudí —Gomis impulsó la asociación de Amigos del arquitecto— o el extraordinario Atmósfera Miró, fruto de su amistad con el pintor. También se interesó por la abstracción pictórica, lo cual no impidió que, paralelamente su cámara le llevara hacia lo antropológico: hacia la pulsión por rescatar un mundo que desaparecía en sus trabajos sobre la cerámica popular (Artesanía) o en el extraordinario Ibiza fuerte y luminosa. También se exponen fotoscops inéditos como Eucaliptus, el inquietante Barcelona o la brillante serie sobre el cuerpo femenino.
Fuente: El Pais
jueves, 19 de abril de 2012
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