Han transcurrido veinticinco años desde que
Mapplethorpe, el artista de formación católica que profanó los usos, los temas
y la recepción del arte fotográfico, falleció en Boston, enfermo de sida y devorado
por demonios internos. Ahora, París bendice por partida doble al fotógrafo
malogrado (1946-1989) con una gran retrospectiva en el Grand
Palais y con una muestra comparativa (con imágenes y esculturas
yuxtapuestas) en el museo Rodin.
La muestra en el Grand Palais aborda, a través de
más de 250 obras, la carrera del fotógrafo con una intención omnicomprensiva,
de manera que el visitante pueda valorar las diferentes etapas del artista y
completar su visión más allá de sus imágenes icónicas (desnudos, retratos,
flores). Se trata de ir más allá de una muestra parcial, como las que han
reflejado líneas temáticas o la selectiva mirada de artistas (Isabelle Huppert,
Pedro Almodóvar).
Todas las facetas de su práctica fotográfica están
representadas en esta exposición, que muestra a un autor empeñado en desposeer
sus imágenes de cualquier filtro o barrera entre su idea y la obra final. Para
expresarlo en sus propias palabras: “Busco la perfección en la forma. Lo hago con los
retratos, con las pollas, con las flores”, dijo en una entrevista con Barbara
McKenzie.
La obra de Mapplethorpe está muy ligada al
conflicto entre el arte contemporáneo y su aceptación en la sociedad. El 12 de
junio de 1989, la Corcoran Gallery de Washington se negó a albergar su
exposición itinerante The perfect moment en el
último momento por las presiones recibidas, que tildaban la muestra de obscena.
El público se movilizó contra la censura: varios seguidores proyectaron
imágenes de la exposición sobre la fachada del museo. La muestra incluía un
autorretrato del fotógrafo, de espaldas y mirando hacia la cámara, con un
látigo a modo de cola con el que se había autosodomizado.
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